¿Quieres venir a sentir la calma a no sabes dónde?
Ojalá sea otoño cuando estés leyendo esto. Aunque enero, febrero, marzo casi, casi sirven igual. Imagínate ahora en una sesión de relajación en la que, a su vez, te dicen que pongas la mente en blanco y te imagines, por ejemplo, en una playa. Momento paz, pensamiento bucólico.
Piensa: ¿cuánta gente había en esa playa? Probablemente la respuesta sea cero o un valor muy próximo a cero. Primer requisito para la paz mental: playa desierta o casi desierta.
Sssshhh…
Silencio.
En realidad un silencio un tanto sonoro. Pero no importa, esos sonidos son calma. Ruido blanco le llaman: sonido constante que se repite manteniendo frecuencia y potencia y genera sensación de sosiego, tranquilidad e incluso suscita el sueño.
Nos lo ofrecen aparatos como un televisor sin sintonizar, la lavadora o el lavavajillas.
Y el mar.
Pero, piensa de nuevo: la verdad, ¿cuántas veces en esa sesión de relajación te has imaginado una lavadora funcionando como sonido que te transporte a tu paz mental?
Tenemos la playa. Tenemos el mar.
Ssshh…
Serotonina. Poco a poco van llegando las hormonas del bienestar y el placer.
Calma y fiesta parecen conceptos antagónicos, pero no lo son: estamos en la fiesta de las endorfinas. Si te va la marcha puedes incluso imaginarte tus dedos del pie tocando el agua del mar y retirándolo como un resorte al sentir ese frío repentino. Pero seguramente quieras repetir y probar de nuevo porque en el fondo, te ha gustado. Al tiempo que has tenido ese acto reflejo al contacto con el agua fría, se te ha escapado una risa nerviosa o has exclamado un “¡uufff que fría!”, pero en algún lugar entre tu pecho y tu estómago has notado esa especie de mariposas. Es la adrenalina, de la buena. Nos hace sentir vivaces. Y habíamos quedado en que te ha gustado.
Ahora es cuando nos dividimos en dos grupos: están aquellas personas que son de sol y están aquellas que son de lo que sea pero que no haga calor. Y para todas hay cabida en nuestra playa. A las del primer grupo les diremos: principios de noviembre, puente de Santos, sol a radiar propio de verano (¡ajá! pero aún así la playa sigue caaaasi vacía); tarde de Nochevieja en bermudas, y sí, en el norte. Vitamina D natural.
Para las del segundo grupo: la ola de calor arrasa Europa en uno de los veranos más intensos. Por suerte nuestra playa imaginaria se encuentra en un oasis al norte de la península ibérica con máximas, en ocasiones, de 23º o 24º. Si hubiera amantes del petricor en la sala, pasen y disfruten de la lluvia: estamos en el lugar equilibrado.
Ojalá sea otoño cuando estés leyendo esto. Aunque enero, febrero, marzo casi, casi sirven igual.
Ojalá sientas que esa serotonina, endorfinas, adrenalina y Vitamina D te sentarían de maravilla.
Ojalá tomes ese coche aparcado en tu garaje y pongas en el navegador estas coordenadas 43.5634917479226, -7.210087738309948.
Ojalá llegues a esa playa en silencio, pero silencio sonoro, escuches el ruido blanco del mar, metas el pie en el agua y sientas dentro de ti el revoltijo de las emociones.
Ojalá tengas la curiosidad de localizar esas coordenadas.
Ojalá vengas.
P. D. Y una vez sientas todos los beneficios de esta sensorial experiencia, déjate llevar una vez más. Localízanos aquí, a poco más de dos kilómetros de esa playa. Tenemos un lugar para que te sientas entre algodones (y esto es literal) y para que sigan saliendo a relucir todas esas buenas hormonas. Porque la calma también está dentro.
No es por insistir, pero lo dicho: ojalá vengas.
Pero sobre todo, ojalá vuelvas.
Ojalá.
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